Y por eso, sé que destacará más lo que voy a escribir ahora.
Se ha ido mi luz, mi alegría durante tantos años de sufrimiento y tristeza. Un pequeño ángel que llegó a mi vida en un tiempo dichoso, y que me ha acompañado durante todos mis momentos felices (los que menos), y tristes (la mayoría).
No es fácil que los demás entiendan del dolor de su pérdida. Un animalito es reemplazable. Pero todo lo que me ha dejado no lo es. No lo serán jamás sus paseos hasta el comedor. Sus palabras, que empecé a decirle como un juego y que me repetía incansable: su "campanita", su "ay!", su "gatito", su "cuqui" y su "cuquito"; sus juegos conmigo y sus cascabeles, cuando se los tiraba y corría a recogerlos; sus primeras gracias, cuando se metía en el comedero pensando que por ahí saldría a estar con sus amigos, con sus diamantinos a los que también imitaba. Sus vuelos a mis hombros cuando desayunaba; mis juegos al escondite y cómo se asomaba; hasta cuando piaba y piaba y yo lo reñía... Podré tener otros, olvidaré toda la pena de cuando se marchó, pero mis lágrimas ahora lo lloran y lo recordarán por ser único y ser mi alegría.
Te querré siempre, Cuqui, a pesar de que vengan otros. 9 años son una vida compartida contigo, llena de momentos que no quiero borrar y que deseo vivan para siempre. A partir del 5 de julio se marchó mi pequeña felicidad. Espero que seas feliz volando en el cielo, más libre de lo que has sido jamás.
Tu "mamá" te adora, te ama y te amará siempre.